
"En la mosh logramos un equilibrio, un balance, cada uno moviendose y saltando sin que al parecer existiera alguien a tu lado, pero a la vez existiendo en todos"
Castillo
Los ojitos pintados del Jita se clavan en mi cada 5 minutos, a pesar de que estemos todos saltando, embriagados del ruido, borrachos de la euforia que es sentirse lejos, de estar fuera y dentro al mismo tiempo, de querer pertenecer alejándose, jadeando, con las manos en alto, hombro a hombro y todo el sonido de relámpago que emana y que fluye y mucha hierba también y los pulmones y todo se enreda y nos hace tropezar, como esto, como aquello, hasta que al fin me siento en el suelo y un poco lejos de todo mientras siguen pasando sin mi, que estoy con la caja en la mano y los ojos del Jita, que ahora supe le dicen Jita, porque es como gitano, le dicen y yo me río, y él abre entonces todos los ojos y los dientes, me habla con su propia caja y sus cadenas sobre sus cadenas y que su papá y su mamá, y dios y que hace lo que se puede, que a veces eso no es suficiente, y todo moica en el escenario y más relámpago, más todo por todo.
¿que pensara en el fondo que va hacer?
Todo libertario y revolucionario el pelo, las uñas, los ojos, tan antisísmico, quieto, inmóvil dentro de sus parametros amplios, inerte, le digo, sólo inerte, pero mi lengua negra es la que lo mira con tanto cuchillo a sus ojitos aceitosos, tan inútil le digo, pero él sólo risa y abrazarme un poco, quedarse callado un rato, mientras todo gira como la galaxia en medio de la cancha, en mi cabeza, mis greñas que la negra cada tanto trata de peinar como una muñeca, pero yo nunca aguanto 5 minutos y en los otros 10 es todo risa y otra forma de cíclopes de voz aguda, riendo, casi gritando.
Entonces me toma la mano
Y yo como dormida, entre la tierra y lo negro, su boca que me busca mientras tanto humo y relámpago, se despega una y otra vez de mis pupilas, el vestido que me tiembla, el jita y su mano en mi escote, sobándome las tetas húmedas de saltar y volar entre todo relámpago, el jita y su dedo en mi entrepierna, como buscándome; tan lleno de valor rebelde, de moica y vocesita obscena.
Cuando la negra le patea la cara un rastro de sangre me cae en la mejilla, no atino más que a reír mientras la negra y el callejón y la cabeza del Jita que rebotan y caen, se levantan y vuelven a caer, con luces a lo lejos haciendo truenos, sonando todo vidrio y piedra, la cabeza del Jita cae otra vez. Y todo es como odio, la negra y un montón de piedras contra el Jita haciendo relámpago entre mi risa y el rumor de un agua que cae por la espalda fría, roja
del jita, de la negra, la mía y van a llenar un charco sucio, que no tiene nombre, que no tiene cruz, que apenas se ubica en tiempo y espacio.